LA HERMANDAD DE JESÚS NAZARENO DE OSUNA A TRAVÉS DE SU ARCHIVO CONTEMPORÁNEO ( 1866 - 1933 )[1]. 

XVIII SIMPOSIO DE HH Y CC. CARLOS FERNÁNDEZ

En la XVI edición de este simposio sobre Hermandades de Sevilla y su provincia, celebrada en 2015, se inició una vía de investigación en torno a la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Osuna que se centraba en su patrimonio artístico durante el último tercio del siglo XIX[2]. Esto se hizo mediante el estudio de una serie documental conservada en el archivo de la Colegiata y supuso una novedad, debido a la inexistencia de estudios histórico-artísticos sobre hermandades de la Semana Santa ursaonense en la edad contemporánea.

A raíz de ese estudio y debido a la existencia de un volumen documental mayor en el archivo de la hermandad[3], es mi intención retomar y ampliar la vía de investigación, aumentando el ámbito de estudio más allá del patrimonio artístico a asuntos referentes a la vida de la corporación tales como los cultos, la estación de penitencia y el cortejo procesional, o los fines asistenciales. El análisis de los mismos permitirá además conocer algunas características antropológicas de las cofradías de la Villa Ducal y su peculiar manera de vivir la Semana Santa.

· La Capilla de Jesús Nazareno y su configuración actual.

Desde su donación en 1652 a la Hermandad tras la solicitud recibida por los frailes mínimos (congregación que ocupaba el Convento de la Victoria) y emitida por los hermanos para "que se les de citio para hacer y labrar una capilla de la Advocación de Jesús de Nazareno"[4], este espacio ha sido objeto de numerosos cambios, provocados en parte por la dotación del mismo. A finales del siglo XVII puede datarse la colección de lienzos que recorren los muros y la bóveda[5], mientras que el retablo que culmina su cabecera se fecha en 1700 y es obra del entallador Pedro García de Acuña, perteneciendo las esculturas a Pedro Roldán "el mozo". Lorenzo Vallejo se encargaría de su dorado catorce años después[6].

Sobre ella y gracias a estudios recientes conocemos también que el coro bajo se cerró en 1876 para convertirlo en lo que, desde entonces, comenzaría a nombrarse como "el cuarto de Jesús" y que esto supuso la mudanza de "el altar de Nuestra Señora de la Concepción", una pintura sobre tabla que pasó a ocupar un lugar junto al retablo del Nazareno[7].

A raíz del estudio de la documentación inédita a la que se hacía referencia en la introducción de este trabajo, ha sido posible identificar otras actuaciones llevadas a cabo en la capilla a finales del siglo XIX y que sin duda sirvieron para determinar su estética actual, tales como la solería, el zócalo o la compra de unas nuevas lámparas.

Nos encontramos por tanto ante un momento en que los hermanos buscaban el remozado de la capilla: un espacio rectangular cubierto por una bóveda de cañón que da paso, a la altura del presbiterio, a una cúpula de media naranja que descansa sobre pechinas donde se reconocen las pinturas de los evangelistas. Para tal fin era imprescindible la realización de determinadas labores de mantenimiento que aunque no fuesen visibles a los fieles, servían para su adecentamiento. Tales son por ejemplo las desarrolladas en los tejados, datándose la primera de las que tenemos constancia en 1879 y que supuso un coste total de 39 reales, "Gasto hecho en los tejado de la Capilla de N.P. Jezu" 15 de los cuales se destinaron a "carga y media de canales y canbujo", probablemente para el desagüe. En 1880 se volvió a actuar sobre el tejado, concretamente sobre el de la media naranja, y en 1888 se pagaron 72 reales a un oficial y dos peones por "recorrer los tejados de la capilla durante tres días"[8]. De estos trabajos se encargó la misma persona y en los documentos no se detalla en qué consistieron, algo que no ocurre en los otros casos. Atendiendo a esto podría deducirse que se trató de arreglos similares. La última actuación sobre la techumbre que conocemos fue en 1893 y se pagaron 44 reales por "los jornales y materiales invertidos en la limpieza de los tejados de la capilla"[9].

Otro aspecto que sirve para afianzar este pensamiento sobre la intención de los hermanos es la compra de unas lámparas de plata roultz, como recoge un documento fechado el 21 de enero de 1889 que se titula "Lista de los Sres. Hermanos de Ntro. Padre Jesús de Nazareno que dan sus limosnas para unas lámparas de plata rú para la capilla de dicha efigie"[10]. Actualmente la de mayor tamaño pende de la bóveda y con el mismo diseño, aunque más pequeñas, se conservan otras dos que se encontraban flanqueando el camarín del nazareno y fueron retiradas tras la restauración del retablo en 2009. A pesar de esto, todo apunta a que el lugar para el que se compraron fue el altar de la Inmaculada, según un documento de 1897 donde se hace referencia a la compra de "cordel y mariposas para lamparines del altar de la Virgen". Estas lámparas son de tipo aceitera y tienen un diseño neogótico que alterna las partes lisas y labradas, contando la mayor de ellas con un total de trece brazos.

Entre los donantes que aparecen en la referida lista se encuentran los Marqueses de la Gomera, apellidados Tamayo, una familia íntimamente ligada a la hermandad cuyos integrantes no solo ocuparon cargos en su junta de gobierno sino que también ejercieron como bienhechores de la misma, realizando numerosas donaciones, algunas de las cuales se tratarán en el apartado dedicado al patrimonio.

Sin duda alguna, lo que confirió a la capilla su aspecto actual fue una obra realizada en enero de 1891 en la que se colocó una nueva solería. Esta probablemente estuviera prevista para algunos años antes, pero por algún motivo hubo de retrasarse, ya que las losas llegaron a la estación de trenes de Osuna procedentes de Cártama en dos portes el 27 de junio de 1886 y el 25 de marzo de 1887. Ambos pesaban en torno a los 9000 kilos y tuvieron un coste de 83,10 pesetas cada uno, remitidos por Bernal y consignados a D. Eutimio Holgado[11]. Una vez que se encontraban en Osuna, fueron transportadas hasta la Iglesia de la Victoria por Manuel Pachón, cobrando "60 reales por 6 carradas a razón de 10 r. cada una" y otros 20 "por la metida de las losas". Allí permanecerían custodiadas hasta que en 1891 fueron trasladadas a la casa de don José Ruíz, marmolista y lapidario, quien se encargó de "cortar 1200 losas guardando en el cuarto un ciento cortadas para lo que ocurra", por lo que cobró 480 reales. A él se pagaron 60 reales por "tres jornales ynbertidos en retaceo de la capilla" además de 490 por el zócalo que recorre las paredes de esta, "que son 35 varas a 14 reales cada vara". Se trata de un zócalo de azulejería plana que cuenta con un diseño de estilo renacentista conocido como de punta de clavo y tiene una altura de metro y medio. En él se aprecian matices amarillos sobre un fondo blanco, siendo el azul el color predominante. Si se observa de forma ascendente puede comprobarse que descansa sobre un rodapié de esta misma tonalidad al que siguen dos tiras de cenefas, decoradas una con ovas y la otra con nudos. Estas dan paso al paño central, caracterizado por los azulejos de punta de clavo, el cual se remata en su parte superior por las mismas cenefas con orden inverso.

Gran parte de estos datos se conocen, además de por los recibos sueltos de quienes prestaron sus servicios, por una lista de gastos fechada el 31 de enero de 1891, día en que se concluyó la obra[12]. Ésta la firma el encargado, Manuel Caballero, quien no cobró nada por su trabajo y a quien la hermandad entregó el 24 de mayo de ese mismo año, según conocemos por otro documento que firma él mismo, 200 reales como obsequio, de los cuales solo aceptó 140, pidiendo que se destinaran los 70 restantes "para culto de la Sagrada Imagen"[13]. En esta lista también aparecen otros gastos hechos por valor y porte de materiales como cal, yeso o tierra y arena de las canteras[14], lo que importó la llevada de una piedra de asperón o lo que ganaron los hombres que se encargaron de enlosar por sus jornales. Estos fueron veintitrés en el caso del oficial y veinticuatro en el de los peones, cobrando a 10 y 7 reales el jornal respectivamente y resultando un total de 566 reales.

Al principio de este documento se reserva un espacio para la enumeración de las tareas que se llevaron a cabo en relación con la solería y la colocación del zócalo, destacando principalmente dos: la primera de ellas relacionada con el aplanamiento del pavimento y el enrase de "la parte del cuarto por estar más hondo a la de la capilla" y la de "poner las tiras o guardillas de piedra para el asiento del zócalo". Entre todos los gastos aparecen también 75 reales invertidos en "una puerta, tres perchas con arcallatas y una tabla para el basar, para una alacena en el cuarto de la capilla". Todos estos elementos siguen existiendo en el "cuarto de Jesús" actualmente.

Continuando con su adecuación y adecentamiento, el 6 de febrero de 1891 se pagaron "dos pesetas por la composición de una serradura con llabe nueba para la puerta del coro" y en dos veces, el 1 de octubre y el 9 de diciembre de ese mismo año, veinticuatro reales "por la composición de las esteras de la capilla de nuestro padre Jesu de nazareno", quedando así un espacio completamente renovado, óptimo para la celebración de los cultos.

· Cultos celebrados por la Hermandad de Jesús Nazareno

Entre los cultos internos que la Hermandad de Jesús Nazareno celebraba en las últimas décadas del siglo XIX habría que destacar los que tenían carácter anual, como la novena, y los que se celebraban todos los meses y con periodicidad semanal, caso de la Santa Misa oficiada cada viernes del año en su capilla. Junto a estos, los que se celebraban con motivo de fechas destacadas como la misa de fin de año y la del día de año nuevo, o los oficios celebrados en la víspera y la festividad del Corpus Christi.

Un elemento común a todos ellos era la solemnidad con que se revestían estas celebraciones, otorgada por la participación de organistas, sochantres y entonadores en el grueso de los casos, así como por el tapizado de los muros del templo con colgaduras y la ornamentación de los altares con grandes cantidades de cera, uno de los gastos que más aparece en la documentación conservada. Todo ello se hacía más presente en la celebración de la novena anual, un culto del que poco se conocía hasta el momento y que vamos a analizar a continuación.

· Novena en honor de Jesús Nazareno

La convocatoria de la novena llevaba emparejados una serie de trabajos que buscaban la puesta a punto de la iglesia y el aderezo del espacio donde habían de desarrollarse los cultos, algo que conocemos gracias a los recibos que entregaron los encargados de estos menesteres al recibir la gratificación que cobraron por sus trabajos. Estos resguardos nos permiten trazar cómo era el panorama cultual del momento y conocer como, por ejemplo, el encalo de la iglesia era una práctica habitual con la llegada de la cuaresma, inversión que se hacía en "el aseo y el blanqueo para la novena". A esto habría que sumar las colgaduras, un total de "doce piernas de cortina" que se arrendaban a Manuel Martín y por las que se pagaban 24 reales[15].

Durante el desarrollo de la novena, la mayor solemnidad la aportaba la música, un complemento importante de la liturgia cuya presencia puede constatarse desde 1866, cuando se pagó por ella la importante cantidad de 500 reales. En este caso, en el concepto solo se especifica que era un pago por la música, sin embargo en los siguientes recibos encontrados si se detallan otros datos alusivos a la tipología, tales como capilla musical, orquesta, banda de música o sociedad filarmónica.

En 1877 se pagaron a Juan García Rojas 460 reales "por asistencia de la capilla a la novena" mientras que esta cantidad aumentó dos años más tarde, cuando se volvieron a pagar 500 "por la asistencia de toda la capilla". A 400 rebajó sus servicios la Sociedad Filarmónica Nueva Ursaonense en 1880, que además tuvo la deferencia de donar 40 reales para la hechura de la túnica que Patrocinio López se encargaría de bordar poco después[16]. Del final de la década se conservan dos recibos firmados por Ignacio Caballero el 20 de marzo de 1889 por la asistencia de la banda de música y la orquesta que dirigía a la novena, Por ello don Manuel Tamayo le entregaba 400 reales, además de 54 reales que le pertenecían a Caballero "por cantar en las misas".

En el año 1891 fueron 12 las pesetas entregadas por las misas cantadas al Sochantre de la Iglesia Colegial Juan Manuel Ferrer, quien siete años después firmaría otro recibo por valor de 140 pesetas como director de la Orquesta Vieja de Osuna. Entonces cobró también otras 13 por cantar las misas, algo que podemos considerar como un servicio extra que prestaba el director si lo comparamos con el caso de Ignacio Caballero, quien también se embolsó una cantidad extra por el mismo cometido. En 1901 la Orquesta Vieja seguía asistiendo a la novena, cobrando 560 reales.

Otros gastos corresponden al encendido del cuerpo alto del retablo y del altar erigido para la novena: una estructura efímera que conocemos gracias a un inventario de 1869[17] donde se hablaba de "un altar en forma de templo compuesto de una mesa de altar, gradilla y con cuatro gradas de frente y dos colaterales, un tablón para recibo de la imagen, cuatro columnas con basamento y cúpula vestida de papeles todo de pino de Flandes". Las características descritas nos hacen imaginar un majestuoso altar donde la Imagen del Nazareno se encontraría coronando el conjunto entre cuatro columnas y cubierto por una cúpula, encontrándose como en el interior de un baldaquino. Este probablemente dejara de usarse entrado el siglo XX, ya que en algunos recibos se habla del pago por trasladar el trono del almacén al Altar Mayor, incluso de armarlo y desarmarlo para la novena, por lo que se deduce que era el propio paso procesional lo que servía como estructura para la colocación de la Imagen. Constan también varios pagos a un hombre por la guarda de la Iglesia durante diez noches; las que el Señor estaba fuera de su camarín, donde se encontraba protegido por una cristalera el resto del año[18].

Una convocatoria de 1884 nos permite conocer cómo era el desarrollo de los cultos, que comenzaban a las ocho de la mañana con una Misa solemne, postergándose el rezo de la novena a las cuatro y media de la tarde[19]. Según se deduce de la documentación su lectura no corría a cargo del predicador, porque tenemos constancia de varios pagos en distintos años a Antonio García, quien además de beneficiarse de los derechos de sacristía, recibía un estipendio por la lectura de los ejercicios. El Santísimo se exponía por la intención de un cofrade cada día y la última tarde, a la hora de la reserva, se daba la bendición con S.D.M. El predicador ese año fue el párroco de la Iglesia de San Juan de Écija don Rafael Fernández Rincón, algo que no debe extrañarnos, ya que los predicadores locales y foráneos se iban alternando indistintamente, conservándose algunos recibos tanto del traslado de los mismos a su lugar de residencia cada día al finalizar los cultos, como de su hospedaje en Osuna.

De este último caso se conserva un documento sin fecha en el que, casualmente, se habla del cobro de una cantidad por la "hida y llevada del predicador a Ecija" lugar de donde provenía el referido Fernández Rincón. Entre los demás conceptos por los que se paga, aparecen algunos que van más allá del simple alojamiento: lo requerido por "enseñarle la Colegial" o una suma de gastos hechos en varias botellas de vino, aguardiente, chorizos y longanizas que pasaron a engrosar los 20 reales cobrados por "gastos de posada"[20].

Como se puede apreciar el dinero invertido en la celebración de los cultos, al que también habría que sumar cuanto se cobraba por repicar las campanas, ascendía a una cantidad importante que se pretendía sufragar en cierta medida con la mesa petitoria que se situaba en la Iglesia y que presidían algunas señoras. Este dato lo conocemos por un recibo de 1899 en el que Francisco Rodríguez afirmaba haber recibido 55 reales, además de por encender en la novena, "por repartir los oficios de las señoras de mesa", una costumbre que debió prevalecer en el tiempo, ya que su presencia continúa hasta al menos 1928, y que aporta un dato interesante sobre la presencia de la mujer en la vida de la corporación. Sobre la mesa probablemente hubiese demanderas similares a las que han llegado hasta nuestros días: dos bacinetas de lata donde los fieles depositarían las limosnas y que en la documentación se nombran como "platillos".

· El culto semanal: la misa de los Viernes.

Durante todos los viernes del año, al menos desde 1876, cuando se pagaron 32 reales a Tomas Holgado por tocar el órgano en las misas de marzo, abril, mayo y junio[21], la capilla del Nazareno era testigo de la celebración de una eucaristía que se ofrendaba con total ceremoniosidad. De 1877 conservamos el recibo que el sacerdote Tomás Espinosa entregó tras recibir el estipendio que le correspondía por las misas aplicadas en los viernes del mes de agosto y los que entregó Ignacio Caballero por las doce misas cantadas que ofreció en octubre, noviembre y diciembre. Probablemente esta práctica se extendió en el tiempo pero las siguientes noticias las encontramos que nos llegan son de julio de 1888, cuando Francisco Holgado cobró por tocar el órgano en las misas aplicadas ese mes. Al menos desde marzo de ese mismo año nos consta que se cantaba el miserere en la misa de los viernes, según refleja el documento entregado por Ignacio Caballero tras recibir 120 reales de vellón "por cantar el miserere en las misas de los viernes de todo el año" que firmaba el 31 de marzo de 1889.

De 1890 y 1891 se conservan otros recibos que también firma Caballero por el miserere, pero debió ser en torno al cambio de siglo cuando pasó a ocuparse de estas labores Juan Manuel Ferrer, quien nos consta que ya las desempeñaba en el mes de septiembre al precio de 10 reales. A estos habría que añadir los 15 que supuso el acompañamiento de Francisco Holgado, requeridos "por tocar las misas del mes de la fecha incluso los fuelles". En adelante, ya en los años veinte, consta la asistencia de dos hermanos, Antonio y Arcadio Cuevas, que cobraban 5 pesetas al mes por tocar y cantar las misas y que serían sucedidos, casualmente, por otros dos hermanos, Francisco y Manuel Rubet, quien también era sacristán en torno a los años treinta del siglo XX.

El fervor que el pueblo profesaba a Jesús Nazareno era patente y para engrandecer aún más esta cita obligada en que se habían convertido los viernes, el 24 de agosto de agosto de 1945 se inició una bonita tradición, tristemente desaparecida en la actualidad, que consistía en besar el talón del Señor al término de la eucaristía. La hornacina que alberga la escultura en su portentoso retablo se proyecta a la capilla contigua, hoy de María Auxiliadora, a la que se puede acceder abriendo una puerta que además sirve como soporte a un lienzo de San Francisco de Sales. Mediante la colocación de una escalera se permitía el acceso al besapié, quedando la imagen expuesta a veneración de los fieles, acto que debió desaparecer según testimonios orales en torno a 1960.

La información económica relacionada con la música y los cantos es la que mejor nos permite conocer estos cultos semanales, tras los cuales había un importante gasto. Para contribuir a su magnificencia cabía de la posibilidad de colaborar con el pago de 4 reales todos los meses, por los que se emitía un resguardo o talón donde constaba el nombre del cofrade y su dirección.

· El Corpus Christi, su víspera y las misas de fin de año y año nuevo

El año 1868 don Carlos Mazuelos Herrera, cura párroco de Osuna, se desplazó hasta Roma para la inauguración del Concilio Vaticano I, dignándose a solicitar a Su Santidad Pio IX dos bulas: una para la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores y otra para la de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Para celebrar este regalo, el 19 de mayo de 1869 tuvo lugar una función solemne en la que el señor Mazuelos hizo bendición Papal por delegación Pontificia, además del panegírico[22].

El original de la bula otorgada a los cofrades del Nazareno se conserva en el archivo de la hermandad y su traducción al castellano la encontramos en un libro titulado "Solemne protestación de fe" que fue encuadernado en diciembre de 1883 siendo hermano mayor Francisco Fernández Caro[23]. De la traducción del documento que nos ocupa cabría destacar la concesión de "indulgencia plenaria de todos sus pecados y perdón de todos ellos a todos los fieles de ambos sexos, que, verdaderamente contritos, confesados y comulgados visitaren devotamente en honor de Nuestro Padre Jesús Nazareno, la Iglesia de la Victoria de Osuna, diócesis de Sevilla, en los días festivos de la Natividad, Circuncisión, Epifanía, Ascensión, Transfiguración y Corpus Christi..."

En los documentos conservados solo se han encontrado referencias a la celebración del Corpus Christi, no existiendo datos alusivos al resto de festividades. Su aparición en la bula emitida por Pio IX nos ayuda a entender que se tratase de una solemnidad tan festejada por la hermandad, que ya en su víspera organizaba una misa cantada, según conocemos por un recibo de 1876 entregado por Tomas Holgado, donde dice haber cobrado 10 reales por "una misa cantada la víspera del Corpus". En él se hace también referencia al canto del miserere en la noche de ese mismo día, como preludio a la procesión del Santísimo Sacramento por las calles de Osuna. El día del Corpus también se celebraba la eucaristía con el canto del miserere, para la que como era costumbre se contaba con la presencia del sochantre y del entonador[24].

De 1876, además del comentado, existe otro documento en el que por orden del hermano mayor Juan Barrientos Cuadrado, se mandaba pagar "diez y ocho reales al que llevó el estandarte y a los cuatro hombres que condujeron a San Francisco de Paula el día del Corpus". Sobre esta imagen existe cierta indecisión que radica en la existencia de un encargo hecho por parte de los mínimos al escultor Andrés de Ocampo[25] de un San Francisco de Paula que debía tener unas medidas que no coinciden con las de la escultura conservada actualmente. Esta habría que analizarla en profundidad, ya que en ella se aprecian algunas partes sin policromar que podrían ser resultado de un recrecimiento[26]. En cuanto a la llevada del estandarte, esto debió ser una práctica habitual en todas las hermandades de Osuna y además de en el citado, se hace referencia en otros documentos al pago de cantidades a los hombres por portarlo.

Con fecha de 1891 se conserva otro documento relacionado con la presencia del fundador de los mínimos en la procesión del Santísimo de Osuna, algo que debió suceder al menos entre 1866 y 1893[27]. Este cuenta con el membrete de la Alcaldía Constitucional y se trata de una carta remitida por el alcalde al hermano mayor pidiendo que el día 16 de abril, a las cuatro de la tarde, concurriera a la Insigne Iglesia Colegial "con la imagen que acostumbra llevar esa Cofradía", con el fin de "solemnizar como corresponde la procesión del Stmo. Corpus Christi".

Para la misa del Corpus y el canto del miserere, con vistas a un mayor lucimiento de la capilla, solía sacudirse el retablo y la bóveda además de colocar en él toda la cera nueva, tal y como atestigua un recibo en el que "el capillero" afirma haber cobrado por la realización de estos trabajos, que solían repetirse los días previos a fin de año. Tanto el 31 de diciembre como el 1 de enero se organizaban sendas misas cantadas ante la presencia de Ntro. Padre Jesús, para las que también se contaba con la asistencia del sochantre y el entonador. Estas debieron tener carácter extraordinario, probablemente por celebrarse fuera del horario habitual, ya que el sacristán recibía unos honorarios por su asistencia.

Los numerosos cultos que se celebraban a lo largo del año en la capilla, unidos a una creciente veneración a Nuestro Padre Jesús Nazareno, que posiblemente se viese impulsada por la Bula de Pio IX en 1869, explican la perseverancia de los cofrades en el aderezo del espacio que habría de ser epicentro devocional de todos ellos.

· La estación de penitencia y el cortejo procesional

El cortejo procesional de la Hermandad de Jesús Nazareno ha experimentado importantes cambios desde el último cuarto del siglo XIX hasta nuestros días. Mientras que el número de insignias ha aumentado, el total de los pasos que procesionaban se ha visto reducido de forma considerable, además de haber desaparecido figuras tradicionales como la del campanillero. Para conocerlo se intentará hacer un análisis por cómo debió ser, atendiendo tanto a los documentos que se han conservado como a una selección fotográfica de principios del siglo XX que arroja unos datos bastante reveladores.

En el capítulo quinto de las reglas más antiguas que se conservan, fechadas en 1635, encontramos la primera mención a la estación de penitencia y en él se recoge "que todos los hermanos de esta santa cofradía sean obligados a acudir el Viernes Santo entre dos albas o a las horas que fueren avisados con todos sus adereços para salir en la prosesión de la penitencia". Era entonces, poco antes del alba, en los momentos previos a la salida procesional, cuando en la Iglesia de la Victoria se celebraba el sermón de Pasión, según consta en un documento de 1875. Ese año y el siguiente estuvo a cargo del presbítero don Juan Antonio Martín Sánchez, ocupándose de ello Juan José de Burgos Luque en 1877. Las siguientes noticias que nos llegan sobre este asunto son de 1933, año en el que la hermandad no hizo estación de penitencia según afirma don José María Muñoz Suárez, párroco que recibió el pago por el sermón que ese mismo año se encargó de predicar Francisco Javier Govantes, Arcipreste de Osuna y párroco de Nuestra Señora de Consolación.

Los sermones de Pasión tienen su origen en los autos sagrados y sacramentales de la Edad Media y desde el siglo XVII se celebraban en el interior de los templos, algo que cambió en el XVIII, cuando se comenzaron a organizar en espacios públicos[28]. Pese a esto, en el siglo XIX tenemos constancia de su celebración en el interior del templo, contrastando con la idea que en ocasiones se ha sostenido de que el sermón se desarrollaba en la explanada de la Colegiata y era allí donde se escenificaban distintos pasajes aprovechando la presencia de la Virgen de los Dolores, San Juan y la Verónica, con el fin de adoctrinar a los fieles[29].

Algo que también ha cambiado, aunque quizás menos que otros aspectos, es el hábito de quienes acompañaban a Jesús. Según las reglas, los cofrades debían vestir "una tunica de lienso basto y una soga de esparto y una imagen en los pechos que demuestre nuestra abogacion"[30]. Esta somera descripción se puede completar con el análisis de unos testimonios gráficos donde puede observarse a los penitentes con una túnica sencilla de color morado, generalmente con cuellos, que se ceñía a la cintura con un cordón de pita que era una pieza distinta a la que pendía desde la parte superior del cuerpo a modo de dogal; se trataba, por lo tanto, de un cíngulo en dos piezas. Esta es una diferencia respecto a la actualidad, cuando suelen usarse cordones más largos que, tras partir desde el cuello, rodean la cintura y se anudan en la parte delantera de la misma, colgando lo sobrante hasta prácticamente la altura de las los tobillos. De los de dos piezas se conservan algunos ejemplares, al igual que de los escudos bordados que se colocaban sobre el pecho; unas piezas que posiblemente fueran un distintivo de quienes componían la junta de gobierno. Estos están minuciosamente bordados sobre terciopelo morado y en su centro se identifica el anagrama JHS inserto en una rica hojarasca, siendo piezas muy preciadas actualmente debido a su escasez y por tratarse de un trabajo artesanal que casi con total seguridad, elaboraron las religiosas de algún cenobio ursaonés.

La túnica se completaba con el capillo, nombre con que se conoce al capirote en Osuna, que a diferencia de estos últimos no está armado en un cartón y, por lo tanto, ni presenta una apariencia cónica ni acaba en pico, sino en forma semicircular en su parte posterior. En varias fotografías puede observarse cómo algunos penitentes aparecen con el capillo remangado a la altura de la frente dejando a la vista el rostro, algo que recuerda a las faraonas de Málaga o al "perro pachón" de Puente Genil.

En cuanto a la presencia de insignias en la procesión, la única de la que tenemos constancia en 1891 es el estandarte, que fue llevado por Manuel Rosas, a quien se le abonaron 10 reales[31]. Este estandarte no debe confundirse con el corporativo, en cuyo centro aparece el escudo de la hermandad rodeado por suntuosos bordados que colman la pieza, que se incorporará a la cofradía en décadas posteriores[32]. Era el mismo que se usaba en la comitiva fúnebre de los entierros de los hermanos y consiste en un sencillo paño de terciopelo morado rematado en su parte inferior en forma triangular, flecado en dicha parte, que está rodeado en todo su perímetro por dos galones de distinto tamaño separados por escasos centímetros. En su centro aparece una pintura de factura popular que representa a Jesús cargando con la cruz vistiendo túnica morada sencilla, sin cordón que la ciña a la cintura, solo con el dogal, enmarcada también con galones dorados. La Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores conserva uno exactamente igual en cuanto a diseño, con la salvedad de que el motivo central es una Virgen Dolorosa y el color del terciopelo es azul. Estos estandartes, conocidos como de enterramientos, eran muy comunes en la Osuna del XIX pero en algunos casos fueron sustituidos por otros bordados debido a los nuevos gustos estéticos y al momento de alza que vivieron las hermandades en el siglo XX.

Otra de las características definitorias del cortejo a finales del siglo XIX y que ha desaparecido es la presencia de pobres. Eran un total de doce que portaban unas tablillas a las que se hace referencia en un inventario, donde se habla de "doce tablas con el apostolado para los pobres el Viernes Santo"[33]. De la participación de estos en el cortejo ha llegado a nosotros un documento con fecha 26 de abril de 1878 donde se refleja el pago de 24 reales a José María de Castro por la asistencia de 12 pobres del Asilo de Mendicidad a la procesión del Viernes Santo. Estos portaban una tabla cada uno donde se representaba al apostolado, con una finalidad catequética y doctrinal.

El Asilo, que acogía a personas que se veían obligadas a vivir de la caridad y se dedicaban a la mendicidad, debió existir en Osuna desde el siglo XVIII y su existencia no debió prolongarse más allá de 1882, año en que llegaron a Osuna las Hermanitas de los Pobres[34]. Desde ese momento se pusieron al frente de la institución y ya de esos años tenemos otros tres recibos de la misma cantidad, firmados por Sor María en los años 1888 y 1889 y por Sor Josefa en 1890, por la asistencia de los mendigos a la procesión. También se conserva una pequeña tarjeta que muy probablemente fuera entregada a los pobres que representarían al apostolado, ya que coincide en número, mediante la cual se les invitaba "a la comida que esta cofradía en cumplimiento de su regla da a doce pobres el Jueves Santo"[35]. La fecha del convite no es para nada fruto del azar, coincidiendo con el día del amor fraterno y buscando la aplicación de la enseñanza de Cristo sobre el amor y el servicio al prójimo. Es, por tanto, un significativo ejemplo de obra caritativa desarrollada por la hermandad en su día más importante, aunque como veremos en el siguiente apartado no será la única.

Continuando con esta aproximación a cómo debió ser el cortejo procesional de la cofradía y conforme nos vamos acercando al lugar que ocuparía el paso de Nuestro Padre Jesús Nazareno ha llegado el momento de hablar de la presencia de San Juan Evangelista y la Verónica. A ellos encontramos referencias en un documento sin fechar titulado "Inventario que ha de hacerse en la Capilla de N.P.J.N. y de lo que contiene el cuarto[36]" donde se habla de dos efigies "una de Sn Juan y otra de la Verónica" además de "un águila de madera dorada que servía a Sn. Juan". En él también se hace referencia a sus ropajes y atributos, además de a unas peanas y urnas donde debieron procesionar[37]. Además en un recibo de gastos de 1878 se hace referencia al "arreglo de la mujer verónica" y a la "tela comprada al efecto"[38]. Ninguna de estas imágenes se encuentran en poder de la hermandad y, mientras que se desconoce el paradero de San Juan, sabemos que la Verónica fue trasladada hasta El Saucejo en 1936 para convertirse en una imagen de la Virgen bajo la advocación de la Virgen de los Dolores, desaparecida tras la quema de la Iglesia de San Marcos. Actualmente recibe culto bajo la advocación de Nuestra Señora del Amor en su Soledad[39].

La presencia de los niños en el cortejo se reserva a un lugar destacado. Se trata de una de las figuras características de la mañana de Viernes Santo, aunque también formó parte de otras hermandades: el campanillero. Encontramos escasas referencias en la documentación analizada, ya que solo se nombra en el inventario de 1869[40], pero se trata de una figura capital para dilucidar el cortejo de finales del diecinueve. Su aparición en la procesión es fruto de la influencia antequerana en la Semana Santa ursaonense y solía ser encarnado por un niño cuya familia estaba estrechamente vinculada a la hermandad. Este vestía una suntuosa túnica de cola bordada sobre terciopelo morado y cubría su cabeza con una pañoleta de similares características. Su nombre lo otorgaba la campanita que portaba en la mano y que hacía sonar cada vez que el paso se arriaba o iniciaba la marcha[41]. Actualmente esta túnica no se encuentra en poder de la hermandad y, como en el resto de las corporaciones, se trata de una pérdida que resta otro ápice de originalidad a nuestras estaciones de penitencia.

Otra figura destacable y desaparecida en la actualidad, que probablemente también se situara cerca del paso, es la de los pedidores. Se trata de unos hermanos que vestían la túnica de penitentes y que casi con total seguridad llevaban la cara descubierta. Estos tenían el cometido de ir pidiendo limosna al paso de la procesión, recibiendo al término de la misma una gratificación en función del esmero mostrado, ya que su salario dependía de lo recaudado en las demanderas. En la documentación encontramos una cuenta de 1876 en la que se hace referencia al beneficio obtenido en la procesión además de otros papeles donde se habla de la compra de dos túnicas para los pedidores o del porcentaje entregado a quienes mendigaron una limosna[42].

El momento culmen para quienes observaban desde la acera el tránsito del cortejo debía llegar cuando se avistaba el trono de Jesús Nazareno acompañado por el Cirineo. Desde el siglo XVI y hasta el siglo XIX se tiene constancia de que las andas recibían esta denominación, debido a que originariamente eran llevados mediante trabajaderas longitudinales desde el exterior, contando con el apoyo de horquillas. Esta forma de referirnos a ellos fue perdiéndose poco a poco, siendo la inclusión de los portadores en el interior de las andas determinante para que dejaran de nombrarse como tronos y pasaran a conocerse como pasos, algo en lo que también tuvieron mucho que ver las modas importadas de la capital hispalense.

Se han localizado numerosos recibos de gastos hechos en los hombres que se encargaban de la conducción del trono y gran parte de ellos corresponden a botellas de vino y aguardiente. Con este concepto se encuentran notas sobre todo del siglo XX, cuando no solo se pagaba lo que consumían los hombres del paso de Jesús sino también lo que gastaban los de la Virgen de los Dolores.

A pesar de ser corporaciones distintas, los portadores del paso de Nuestra Señora de los Dolores eran pagados por la Hermandad de Jesús Nazareno y de este hecho encontramos las primeras referencias en 1889, en una carta remitida por Pedro Román al "Presidente de la Hermandad de Ntro. Padre Jesús de esta Villa" en la que aparece el sello del Arciprestazgo. De su lectura se deduce la existencia de un conflicto entre ambas hermandades por la obligación contraída por la cofradía nazarena de pagar "la conducción del paso de Ntra. Sra. de los Dolores" que el firmante pide solucionar. Antes de finalizar señala que esa misma carta se remitió a las dos corporaciones y que las respuestas que recibiera serían enviadas al Cardenal Arzobispo de Sevilla[43]. El resto de referencias al pago de los costaleros de la Orden Servita las encontramos entre los años 1920 y 1929.

Al frente de los costaleros, como no podía ser de otro modo, debía encontrarse un capataz, pero de esa figura solo se ha localizado un nombre: el de Miguel Caballo. Este cobró en 1926 por los cafés de los conductores 6 pesetas y 25 céntimos y un año después 150 por sus labores como capataz[44].

La música también estaba presente en la estación de penitencia pero su posición en el cortejo debió variar a lo largo de los años, situándose algunas veces delante y otras detrás del paso. Algo así ocurría hasta hace relativamente poco, cuando la banda se colocaba tras el mismo desde que salía hasta la Colegiata, pasando a la delantera una vez que se reanudaba la marcha desde este punto. Desde 1877 tenemos constancia de la asistencia de una banda de música, algo por lo que José Sarro recibió 380 reales, una cantidad que se mantuvo tres años más tarde con la asistencia de la Sociedad Filarmónica Nueva Ursaonense, al frente de la cual se encontraba Antonio Loma. Este precio siguió inalterable durante 1887, 1890 y 1891, cuando Ignacio Caballero siguió asistiendo con la banda de música que dirigía la procesión. Ya en 1898 tomó el relevo la Banda Filarmónica Vieja de Osuna con Juan Manuel Ferrer como director, quien continuaría asistiendo hasta la aparición de Francisco Holgado en los años veinte de la siguiente centuria[45].

El gran fervor que Osuna profesaba a Jesús Nazareno no solo se hacía evidente en la multitudinaria asistencia de fieles a la novena o en la misa de cada viernes, sino también en la salida procesional. Cuando hablábamos del hábito que lucían los penitentes y los atributos que lo componían, no se hacía referencia ni a la cera ni a las cruces, dos elementos que caracterizan a dos formas distintas de realizar la penitencia. Los recibos de cera gastada en la procesión reflejan pequeñas cantidades, por lo que la mayoría de los penitentes probablemente iría cargando cruces tras el paso, a imagen y semejanza del Nazareno. En una antigua fotografía se observa parte del cortejo y como quienes lo componían llevaban velas de reducidas dimensiones encajadas en una especie de tubos a modo de hachetas, apareciendo considerablemente separados, mientras que tras el paso puede apreciarse una marabunta de personas que o bien portaban las cruces sobre el hombro o se empalaban en ellas, pegando la espalda al estipes y rodeando con los brazos el patíbulo por su parte trasera.

El fin de la comitiva lo marcaría el acompañamiento de la Santísima Virgen, que hasta el último cuarto siglo XIX se encontraba bajo la advocación de Nuestra Señora de la Soledad[46]. Esta imagen debió salir en procesión hasta entonces y probablemente dejaría de hacerlo debido a su estado de conservación, algo que no debió suponer ningún problema para los hermanos teniendo en cuenta la existencia en el templo de otra escultura mariana, de gran belleza y majestuosidad y que además contaba con una creciente devoción, como era la de Nuestra Madre y Señora de los Dolores, cuya Venerable Orden Tercera comenzó a organizarse en 1719. Esto nos invita a sostener que los motivos por los que la Virgen de la Soledad fue suprimida del cortejo procesional de forma definitiva probablemente fueran su escasa calidad y devoción, ya que de haber tenido ambas, no se hubiese producido el cambio y su mal estado de conservación hubiese sido atajado con una restauración, tal y como se hizo en esa época con las imágenes de San Juan y la Verónica[47].

A Jerónimo Alcázar, hermano mayor de la corporación servita en 1880, se solicitó su asistencia con la Dolorosa a la procesión del Viernes Santo, según conocemos por un documento fechado ese año en el que Alcázar responde afirmativamente a la petición del hermano mayor de Jesús, concluyendo que lo haría ateniéndose a "lo prevenido por el Tribunal del Provisionado en 19 de marzo 1880"[48]. La Virgen asistiría desde entonces en calidad de "invitada", haciéndose cargo de los gastos que ello conllevara la Hermandad de Jesús[49], lo que explica que se encargaran de pagar a los hombres que conducían su trono. Pasado el tiempo esto quizás se convirtiera más en una tradición que en una obligación que se perdió antes de los años treinta del siglo XX.

De esta manera se constituía un cortejo solemne del que apenas hemos conservado nada, con estaciones de penitencia que poco se parecen a las de entonces y en las que la originalidad brilla por su ausencia en la mayoría de los casos, reinando los elementos comunes y anteponiéndose la moda al rigor histórico.

· El enterramiento de los difuntos: una acción caritativa permanente.

Con anterioridad ya se ha mencionado la labor caritativa llevada a cabo con los pobres y su asistencia a la procesión del Viernes Santo: un encargo del que se beneficiaba tanto la hermandad, porque cubrían el personal necesario para la representación del apostolado, como los mendigos, que recibían una gratificación por su trabajo además de la invitación a una comida el Jueves Santo. A ellos seguiremos haciendo mención en este apartado, debido a que también estarán presentes en el enterramiento de los cofrades, actividad que puede considerarse como la obra caritativa por excelencia en esta hermandad durante el siglo XIX.

El grueso de la documentación de esa época que se nos ha legado la componen recibos de enterramientos de los hermanos, en los que además de algunos datos alusivos a los finados como su nombre o dirección, pueden encontrarse las características que definían los distintos tipos de sepelios.

Donde también encontramos alusiones a los enterramientos es en el artículo quinto de las reglas aprobadas el 12 de abril de 1830[50], cuando se redujo el número de hermanos a treinta y cuatro, donde puede leerse "Ytem es nuestra voluntad que qualquiera de nosotros o nuestras mujeres que muriésemos y fueremos enterrados en el convento de la Victoria han de ser colocados los cuerpos en la bóveda de Nuestro Padre Jesus Nasareno por ser de nuestra propiedad". A este precepto se añade algún matiz que aparece recogido en el capítulo siguiente, ampliándose el permiso para que fuesen enterrados en la capilla a los que denomina "hermanos de assistencia".

Aparte de estas, entre los papeles manejados no se han encontrado referencias a otras sepulturas en la bóveda, probablemente por la prohibición de realizar enterramientos en el interior de las poblaciones y la creación del nuevo cementerio en la carretera de Écija en 1847, que sustituyó al que se encontraba en los aledaños de la Colegiata[51]. Desconocemos si en ese lugar la hermandad era propietaria de algún panteón, como sucedía con las de la Vera Cruz o Jesús Caído, que aún lo conservan.

En esta ocasión vuelven a ser reveladores los recibos donde se especificaban las cantidades entregadas por la prestación de servicios, de cuyo análisis podemos extraer que la mayoría de entierros realizados a los cofrades eran de cuarta clase. Estos ascendían a un total de 18 reales e incluían el doble de una campana, el acompañamiento de doce pobres (que encabezaban el cortejo e iban precedidos de una cruz de madera[52]) y la llevada del estandarte de enterramientos. Se entiende también que la hermandad contribuía al entierro de sus hermanos difuntos con una cantidad estipulada para todos los casos, que probablemente recogiera las honras fúnebres descritas, además de una libra de cera para la sala mortuoria durante el tiempo que durase su vela, concepto al que también se hace referencia en gran parte de la documentación. El dinero que suponía todo lo anterior se entregaba al colector, que a finales del XIX era José Ledesma[53].

En su obra Osuna durante la restauración (1875-1931) Ramírez Olid afirma que pese a que la idea del valor igualitario de la muerte siempre estuvo muy extendida, en una sociedad tan basada en la diferenciación de sus miembros hasta en este caso existían criterios de distinción, sobre todo en cuanto a la parafernalia de los entierros se refiere. Mientras que el destino era el mismo para todos, lo que cambiaba era la forma de llegar a ese destino.[54]

Debido a esto, había casos en los que los sepelios se celebraban con gran suntuosidad, contando con la presencia incluso de música, como así lo refleja por ejemplo un recibo de 1876 donde se habla de la asistencia de la capilla a la sacramentación de Juan José Cano u otro de 1898 en el que el varias veces mencionado Juan Manuel Ferrer afirma recibir 5 pesetas en nombre de la Orquesta Vieja de Osuna por la asistencia de varios músicos a una sacramentación[55]. Además de estos se conservan otros con el mismo concepto que firman músicos a los que nos hemos referido en varias ocasiones como Ignacio Caballero. En algunos casos al cortejo también se añadían faroles para acompañar al difunto, que probablemente fuesen de mano. La cantidad varía entre los doce y los veinticuatro, algo que en el caso de la primera cifra nos lleva a suponer que eran llevados por los pobres[56].

Entre los nombres de las personas a las que se dio sepultura aparecen algunos que merece la pena destacar. Este es el caso por ejemplo de doña Carmen Ramírez "viuda del Sr. Marqués de la Gomera", quien no se enterró con demasiado lujo, tal y como nos indica el recibo entregado por Antonio García donde dice haber recibido por su entierro 18 reales; lo correspondiente a un entierro de cuarta clase. En algunos casos los testadores, cuando no lo dejaban a decisión de los albaceas, pedían entierros modestos, como queriendo huir del lujo postrero, adoptando la idea de pobreza aunque en vida no hubiesen tenido en cuenta ese precepto evangélico[57]. Del entierro de su hijo, Manuel Tamayo Ramírez, hermano de Javier Tamayo Ramírez, II marqués de la Gomera, se conserva un recibo por valor de 199 reales en cuyo concepto se especifica ser "del funeral", una cantidad que recibió el colector el 21 de julio de 1897[58]. Como ya se ha comentado, el marquesado estaba muy vinculado a la hermandad y aquí encontramos otra prueba de ello.

Frente a la ostentación de algunos encontramos las penurias de otros: este es el caso de Juan Urbano, quien hubo de enterrarse en un féretro alquilado tal y como lo refleja un recibo firmado por Carlos Mazuelos quien "como hermano mayor de las benditas ánimas recibe 12 reales por alquiler de la caja". Mazuelos era también colector de entierros de la Colegiata, por lo que además recibió los 187 reales que correspondían a "un entierro de seis" que se le hizo al referido cofrade. Rosalía Ledesma fue la encargada de llevar "la caja de ánimas a la casa mortuoria de Juan Urbano" y por ello cobró 3 reales.

De la última década del siglo XIX también se conserva un importante número de resguardos que se entregaban a las familias que aportaban sus donativos para el entierro de algún cofrade, cuya cuantía no estaba fijada.

· El patrimonio artístico de la hermandad y la renovación estética de la imagen de Jesús Nazareno.

A finales del siglo XIX, la hermandad vive un periodo de renovación patrimonial y prueba de ello pueden considerarse la compra de un nuevo trono en 1876 o la hechura de una nueva túnica bordada en 1881 por la reconocida bordadora Patrocinio López. Muestra de ese interés por el patrimonio y en este caso, por su conservación, fueron también los trabajos que en 1978 se realizaron en el cuerpo de la Sagrada Imagen, cuando se sustituyó parte del mismo[59]. De esta intervención no se obtuvieron los resultados esperados, ya que hubo que recurrir a la ayuda de herreros locales y su trabajo para garantizar la estabilidad de la talla, además de introducir unos grandes clavos de forja que han sido recientemente identificados gracias a la realización de una Tomografía Axial Computarizada[60].

Junto a todo ello, el remozado de la capilla con la solería y el zócalo o la compra de nuevas lámparas, son síntoma del momento de auge que la hermandad vivirá desde algunos años antes y que se traducirá también en la adquisición de unos enseres que pasaron a engrosar su patrimonio. Para esto también resulta fundamental la generosidad de la casa Tamayo, que ejercerá un importante mecenazgo sobre la hermandad del que encontramos la primera noticia en 1866, cuando donaron un manifestador de madera dorada que se usaría en las exposiciones del Santísimo durante los días de la novena como parte del altar efímero montado para la colocación de la imagen y del que ya se hizo una descripción en el apartado dedicado a los cultos. Este tiene forma de templete sostenido por cuatro columnas, con suelo ajedrezado y cerrado en su parte trasera con un tablón donde se recrea una puerta usando pequeñas cabezas de clavos. La fecha y el dato de quién lo adquirió lo conocemos por una inscripción existente en la trasera donde puede leerse "Adevocion de los Marqueses de la Gomera para el uso de Ntro. Padre Jesús Nazareno año de 1866".

La influencia de esta familia podemos constatarla en un documento de 1876, donde el entonces cobrador Feliz Padilla especifica una serie de donativos entre los que se encuentran 63 reales depositados en manos del presbítero don Juan Antonio Martín Sánchez "para un frontal de altar o para unas sacras, según conteste la Sra. Marquesa de la Gomera". Mucho poder debió tener la referida señora en todo lo relacionado con el patrimonio, ya que a ella se le otorga la última palabra sobre en qué se empleará el dinero de Padilla "pues ambas cosas hacen falta en el altar"[61]. Ella debía conocer el patrimonio a la perfección, pues gran parte del mismo se debía a sus predecesores, por lo que probablemente cumpliera las funciones de camarera de la Sagrada Imagen.

Es complicado esclarecer qué se compró con el obsequio del cobrador, debido a que han llegado hasta nuestros días tanto un frontal como unas sacras y las dos cosas podrían datarse a finales del siglo XIX. El frontal, de madera dorada y estilo neogótico, cuenta con una tracería compuesta por cuadrilóbulos en su parte superior, mientras que el resto de la pieza consiste en una superficie lisa partida en tres secciones mediante columnas. En la central se encuentra el anagrama JHS tallado en una cartela sobresaliente y, las otras dos aparecen decoradas con motivos vegetales lisos, elaborados con una admirable pericia y gran vistosidad, conseguida gracias al uso de pan de oro mate para el fondo, y a la reserva del brillo para los dibujos. Las sacras por su parte son de fundición y responden a un diseño neobarroco, rematadas en su parte superior por una crestería en cuyo centro aparece el JHS inscrito con un sol que alterna los rayos rectos y flamígeros a imitación del escudo de los frailes mínimos, detalle alusivo a la orden que durante años estuvo establecida en el Convento de la Victoria y a la que la hermandad estaba muy ligada.

Actualmente también se conserva una vara plateada, portada por el hermano mayor, que debió ejecutarse a finales del XIX, no correspondiéndose con esta época la galleta que la remata. En esta se representa a un nazareno enmarcado por una orla troquelada en serie, ejecución que dista de la del mástil. El mismo se compone por cuatro tubos unidos con nudetes desde los cuales parten, tanto en dirección ascendente como descendente, finas hendiduras que simulan el contorno de hojas de laurel sin llegar hasta la parte central del tramo, sino quedándose a medio camino y dejando lisa esa zona. En fotografías de aproximadamente los años treinta se ha identificado la misma vara con una galleta circular en cuyo interior se alojaba recortada una fotografía del titular. Esta galleta ha sido recientemente localizada y se trata de una circunferencia de lata cuyas dimensiones concuerdan con una fotografía recortada en forma curva que estaba traspapelada en el archivo. La galleta se encontraría alojada a un palo de madera y con vistas a mejorarlo se sustituyó por el de plata, pasando a coronar este último y sustituyéndose años más tarde por la pieza troquelada, con el fin de salvar las notables diferencias que debieron existir entre ambas partes. De 1890 se conserva un recibo del pago de diez reales a Antonio Camargo por la factura de dos cetros, pero desconocemos si al menos uno de ellos se corresponde con el conservado[62].

Ya en el siglo XX tenemos constancia, gracias a la documentación gráfica, de la sustitución del paso procesional, algo que debió producirse en los años veinte de la nueva centuria. Nos atrevemos a afirmar esto porque en 1925 se pagaron 415 pesetas invertidas "en el arreglo de ensanche de la portada del atrio", algo que pudo producirse debido a la compra del nuevo trono y a las mayores dimensiones de este respecto al anterior. Este era de estilo neogótico, el cuarto que hubo en Osuna junto al que Hipolito Rossi talló para la Vera Cruz en 1896 [63], el antiguo de la Virgen de los Desamparados que hoy utiliza el Triunfo de la Santa Cruz y el del dulce nombre, en el que la imagen procesionaba dentro de un templete. Fue el que antecedió al actual y se vendió en los años cincuenta a la Hermandad del Calvario de Estepa, habiendo sido iluminado en un primer momento por candelabros de guardabrisas que fueron sustituidos por faroles de madera. Los guardabrisas siguen en poder de la hermandad ursaonense. El resto del paso responde a un diseño que recuerda mucho al del frontal de altar descrito anteriormente, alternando en su canasto las partes lisas, donde se alterna el mate del fondo con el brillo de motivos vegetales, con cartelas en las que se enuncian pasajes de las escrituras. Lo remata una crestería de marcada tendencia gótica donde despuntan elevados pináculos.

De la ejecución del estandarte bordado que procesiona en la actualidad también se tiene constancia en la documentación examinada. Su hechura se debe a la comunidad de Carmelitas Descalzas entre noviembre de 1922 y marzo de 1923 y su diseño responde a una pieza de forma cuadrangular que cuenta con una parte superior lobulada donde se incluyen veneras que se repiten en torno al motivo central, compuesto por el anagrama JHS bordado sobre malla y lentejuelas. Su parte inferior se remata con dos puntas de las que penden borlas y todo el conjunto, colmado por una rica decoración floral, lo recorre en su perímetro un bordado a modo de fino cordón. La profusión de hojas de cardos y roleos que se entremezcla con la hojarasca apenas se corresponde con los diseños que se hacían en la Osuna de la época[64].

En 1929 esta misma congregación se encargaría de realizar un pendón para el que se compraron "15mt. de gro morado y 5 encarnado" , materiales que junto al trabajo de las religiosas elevaron el montante a un total de 314 pesetas[65]. Este pendón del que se habla debió ser un amplio trozo de tela de forma rectangular que, a modo de bandera, se introducía en un mástil por uno de sus lados más estrechos, algo que se confirma cuando recurrimos a una nueva fotografía. Esta nos aporta un dato interesante y es que los 5 metros de tejido encarnado servirían para formar una cruz sobre el morado, de tal modo que cada una de sus puntas tocaría el filo de la bandera. Probablemente esta estuviese rematada por un lazo en su parte superior, al igual que las banderas que siguen saliendo en los cortejos de Osuna actualmente.

· La renovación estética de la imagen de Jesús Nazareno

En el tránsito de los siglos XIX al XX la estética que caracterizaba a la imagen de Jesús Nazareno se fue viendo alterada con el paso de los años, respondiendo en gran medida a las modas. Nos referimos con esto principalmente al hecho de que se dejaran de usar las túnicas bordadas, que en este caso no eran cortas sino de tipo caudal, muy difundidas en Málaga, Córdoba y Cádiz[66]. En esto debió influir mucho la novedad impuesta por Muñóz y Pabón en la Hermandad del Gran Poder de Sevilla a partir de 1910, cuando el Señor comenzó a salir con túnica lisa.

Con total seguridad esto no entraría en los planes de quienes formaron la comisión que se encargó de adquirir la túnica de cola que la bordadora Patrocinio López realizó en 1881, ya que ellos acostumbraban a vestir a Jesús Nazareno con su mejor atuendo para la estación de penitencia. Algo así hubiera ocurrido también con la Marquesa de la Gomera, quien probablemente hubiese rechazado la idea de que la cruz de duelas de perfil poligonal que ella donó, con sus casquetes de gusto neoclásico[67], fuera cambiada por una cruz de apariencia tosca y estilo arbóreo que, conjugada con la túnica lisa, ofrecía a los fieles a un Nazareno más humanizado al que se había despojado de parte de sus atributos divinos.

Pero en este tiempo de transición, donde la imagen vestiría túnica bordada unos años si y otros no, los cofrades que se encontraban al frente de la hermandad en 1929 decidieron pasar a nuevo terciopelo la túnica bordada más antigua que se conservaba, que era morada antes de su restauración. Debido a que la estrenada años atrás se había realizado en este mismo color, posiblemente los hermanos decidieron no repetir y recurrieron a un terciopelo "morado-corinto", según la descripción que se hace en la factura emitida por la fábrica de tejidos de Emilio Gomez Sánchez, afincada en Valencia. Un total de 20,60 metros necesitaron las religiosas Mercedarias Descalzas, quienes se encargaron de pasar el bordado al nuevo terciopelo[68]. Esto llevó emparejados otros gastos en material necesario para las labores, como era el caso de la entretela para otorgar rigidez al terciopelo y al bordado y el raso para el forro.

El trabajo de las religiosas me atrevería a calificarlo como poco riguroso, ya que parte del bordado de la túnica se perdió al pasarlo a nuevo terciopelo. En las instantáneas más antiguas donde se reconoce a Jesús vistiéndola se aprecia como el perímetro de las bocamangas y todo el de la cola lo recorría un bordado menudo formado por pequeñas hojas que fue sustituido por una malla de dudosa calidad. En la zona del pecho y parte del cuello se conserva también esa malla, por lo que sostenemos que en ellas también debió existir el desaparecido bordado[69].

Sin lugar a dudas esto supuso un cambio estético importante, ya que la costumbre era contemplar a Jesús vestido de morado. Algo similar debió suponer contemplarlo con túnica corta, con su nueva cruz arbórea o sin el Cirineo, escultura que completaba la iconografía del Nazareno sobre su paso y que dejó de procesionar en torno a los años cuarenta del siglo XX, siendo destruido a mediados de los noventa. Todos estos cambios se fueron sucediento de forma progresiva, de tal modo que la cruz arbórea por ejemplo llegó a procesionar con los casquetes neoclásicos donados por la Marquesa de la Gomera.

En el inventario de 1869, mencionado ya en varias ocasiones, aparecen dos atributos que Ntro. Padre Jesús portó durante este periodo de cambio transcurrido entre finales del siglo XIX y primer cuarto del XX que, desgraciadamente, no han llegado a nuestros días. Ambos los comentaremos a la par, aunque su valor es indudablemente muy distinto. Por un lado, se habla de la existencia de "dos guirnaldas de flores de trapos", que son las que aparecen en viejas fotografías rodeando las manos de la imagen como sujetándolas a la cruz, probablemente porque la articulación de los codos no quedaba totalmente fija o porque el agarre de la cruz al cuerpo no ejercía su función correctamente, tomándose esta medida para garantizar su sujeción. Las otras piezas de las que se habla son unas "potencias de lata". Actualmente se conservan dos juegos: el más antiguo, de plata sobredorada, fue donado por la Marquesa de la Gomera en 1862 y el segundo, de oro con rubíes, fue realizado en el taller madrileño de Trust Joyeros en torno al año 1954. Estas últimas están grabadas en uno de sus rayos con los nombres de Manuel y Javier Tamayo, apellido vinculado al marquesado.

Las fotografías vuelven a ofrecernos una vez más el dato y en este caso, en muchas de ellas se observan unas potencias con diseño neobarroco que ya no se conservan. Estas son fácilmente reconocibles porque en el centro cuentan con un tondo flanqueado por dos ces, además de tener tres haces los rayos, siendo de mayor altura el central. Lo que no es fácil identificar es si estas eran las de lata, ya que en numerosas ocasiones la tradición oral ha manifestado la existencia de unas potencias de plata que no se han conservado y que, o bien eran las de la fotografía, o se trataba de las de la Marquesa de la Gomera, que eran de plata en su color y en algún momento se doraron, causando esto la confusión.

Con estas potencias y con una cruz arbórea en la que se aprecian unas betas muy marcadas en la madera se imprimieron unas estampas del Nazareno y en muchas de ellas aparecía acompañado por la Virgen de los Dolores. En ellas la imagen luce una túnica de aspecto adamascado, de apariencia panda, donde destacan unos dibujos con distinto diseño y de considerable tamaño que recorren todo el tejido, con una estampación posiblemente asimétrica. En las bocamangas y el cuello se observa un ancho galón como remate y asomando, una camisa blanca. La túnica se ciñe a la cintura con un cordón de dos vueltas. Debido a que las fotos están en blanco y negro es difícil adivinar el color de la túnica, sin embargo en la calle de Jesús, cercana a la parroquia de la Victoria, sede de la hermandad de Jesús Nazareno, se encuentra un retablo cerámico sin fecha, firmado por Montalván (Triana), donde podemos contemplar exactamente la referida cruz arbórea, potencias y la túnica morada. Si se compara el azulejo del Nazareno con la fotografía, pueden identificarse idénticos pliegues en el tejido, el cuello, el cíngulo colocado a la misma altura y justamente el mismo perfil, algo que invita a pensar que el artista se basó en esa fotografía para pintar el retablo y que le facilitarían el color de la túnica adamascada. Todos estos elementos, la cruz, las potencias y la túnica forman parte de la iconografía del Jesús de los años veinte, el mismo que se reproduce en las antiguas estampas, a las que podemos dar color admirando el azulejo que se encuentra en la calle que lleva su nombre.

Conclusión:

A raíz de este análisis puede concluirse que, frente a la creencia errónea de que la vida de la Hermandad de Jesús Nazareno transcurrió sin grandes alteraciones en el último cuarto del siglo XIX[70], la cofradía llevó a cabo una serie de empresas que marcaron el devenir histórico de la misma y sirvieron para determinar la estética de la corporación. Las reformas acometidas en la capilla del Nazareno, la preponderancia de sus cultos, la labor continua de enterramiento de sus hermanos o la adquisición de nuevos enseres y la restauración de otros son un claro ejemplo de que a finales del siglo XIX y principios del XX la hermandad vive un momento de auge, síntoma de una Semana Santa que en Osuna se encontraba en vías de reorganización, de forma paralela a la que vivieron otras hermandades de nuestra geografía.

Carlos Fernández Aguilar 


[1] El documento más antiguo que puede encontrarse en el archivo de la hermandad son las reglas de 1635, pudiendo datarse el grueso de la serie documental restante entre los años señalados.

[2] MORÓN CARMONA, Antonio: "La renovación estética de la Hermandad de Jesús Nazareno de Osuna en el último tercio del siglo XIX" en RODA PEÑA, José (coord.). XVI Simposio sobre Hermandades de Sevilla y su provincia. Sevilla, 2015, pp. 175-192.

[3]Archivo Hermandad de Jesús Nazareno Osuna (AHJNO)

[4] Archivo de la Colegiata de Osuna (ACO). Copia de la Escritura de donación de una capilla que la Comunidad de nuestra Sra. de la Victoria, hizo a la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno: otorgada en 10 de Junio de 1652 ante D. Diego de Molina y autorizada por D. Francisco de Guevara en 3 de abril de 1705. s/f.

[5]MORENO DE SOTO, Pedro Jaime: "La capilla del Nazareno de Osuna". Revista de Semana Santa de Osuna, 2012, p. 24

[6] MORENO ORTEGA, Rosario: "El retablo de Jesús Nazareno. Aportación a la obra de Pedro Roldán el Mozo". Archivo Hispalense, nº 222, 1990, pp. 191-197.

[7]MORÓN CARMONA, Antonio: "La renovación estética de la Hermandad de Jesús Nazareno de Osuna en el último tercio del siglo XIX" op. cit., p. 179.

[8] AHJNO: Sección cuentas. s/f

[9] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[10] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[11] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[12] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[13] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[14]Se trataba de tierra de las canteras de Osuna, de donde se extrajeron hasta finales de los años cincuenta los sillares que caracterizan la fabrica de la mayoría de las construcciones de la ciudad.

[15] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[16] MORÓN CARMONA, Antonio: "La renovación estética de la Hermandad de Jesús Nazareno de Osuna en el último tercio del siglo XIX" op. cit., p. 183.

[17] Archivo Colegiata de Osuna: Sección Hermandades. Inventario de Nuestro Padre Jesús Nazareno. 1869. s/f

[18] MORENO DE SOTO, Pedro Jaime: "La capilla del Nazareno de Osuna", op.cit., pp.25-26.

[19] Esta convocatoria forma parte del archivo privado de una familia que gentilmente la ha ofrecido para su consulta.

[20] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[21]AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[22] AHJNO Sección Gobierno. Libro de reglas. f 76r.

[23] AHJNO: Sección Gobierno. Protestación de fe. 1883. f. 18r.

[24] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[25] SANTOS MÁRQUEZ. A.J. (2008) "El escultor Andrés de Ocampo y su trabajo para el convento de la Victoria" en Apuntes 2. Nº5, pp.129-138

[26] MORÓN CARMONA, Antonio: "Aproximación al patrimonio artístico del antiguo convento de los mínimos de Osuna". Cuaderno de los amigos de los museos de Osuna, nº 15, 2013, pp.99-100.

[27] Ibidem, p. 100.

[28]GARCÍA DE LA CONCHA DELGADO, Federico. "Cortejos y representaciones en las hermandades de Jesús Nazareno en Andalucía Occidental". Actas del V Congreso Nacional de Cofradías de Jesús Nazareno. Puente Genil, 2014, pp. 125-127.

[29] MORÓN CARMONA, Antonio: Las imágenes de la Verónica en la Hermandad de Jesús Nazareno de Osuna. Revista de Semana Santa y Glorias de Osuna 2017.p. 18.

[30] AHJNO: Sección Gobierno. Libro de reglas. Reglas de los cofrades y fundadores del cirio de Iesus Nazareno fundado en el conuento de Ntra. Sra de la Vitoria, 1635. Capítulo séptimo. f 8r.

[31] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[32] A él nos referiremos en el apartado patrimonial.

[33] ACO: Sección Hermandades. Inventario que hay que hacerse en la Capilla de N.P.J y de lo que contiene el cuarto, s/f

[34] RAMIREZ OLID, José Manuel: Osuna durante la restauración (1875-1931). T. I. Osuna, 1999, pp. 211-212

[35] AHJNO: Sección gobierno. s/f.

[36] ACO: Sección Hermandades. Inventario que hay que hacerse en la Capilla de N.P.J y de lo que contiene el cuarto, s/f

[37] Antonio Morón Carmona: revista semana santa....la verónica....

[38] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[39] SANTOS MÁRQUEZ, Antonio Joaquín: Patrimonio Histórico-artístico de El Saucejo. Diputación de Sevilla y Ayuntamiento del Saucejo 2008, pp. 135-136.

[40] ACO: Archivo Colegiata de Osuna: Sección Hermandades. Inventario de Nuestro Padre Jesús Nazareno. 1869. s/f

[41] MORÓN CARMONA, Antonio: Una figura olvidada del cortejo procesional en Osuna: el campanillero de lujo. Revista de Semana Santa y Glorias de Osuna 2016, pp. 11-13

[42] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[43] AHJNO: Sección correspondencia. s/f.

[44] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[45] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[46] RAMIREZ OLID, José Manuel: Osuna durante la restauración (1875-1931). T. II. Osuna, 1999, p. 763.

[47] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[48] AHJNO: Sección correspondencia. s/f.

[49] RAMIREZ OLID, José Manuel: Osuna durante la restauración (1875-1931), op.cit., p.763

[50] Tres son las reglas que se conservan, todas encuadernadas junto a las más antiguas: 1635, 1824 y 1830.

[51] RAMIREZ OLID, José Manuel: Osuna durante la restauración (1875-1931), op.cit., p.806.

[52] RAMIREZ OLID, José Manuel: Osuna durante la restauración (1875-1931), op.cit., p. 785

[53] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[54] RAMIREZ OLID, José Manuel: Osuna durante la restauración (1875-1931), op.cit., p. 798-802

[55] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[56] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[57] RAMIREZ OLID, José Manuel: Osuna durante la restauración (1875-1931), op.cit., pp., 783-786

[58] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[59] MORÓN CARMONA, Antonio: "La renovación estética de la Hermandad de Jesús Nazareno de Osuna en el último tercio del siglo XIX", op.cit., p. 181.

[60] Las pruebas de diagnóstico realizadas a la escultura previamente a su restauración por Pedro Manzano nos permiten ratificar el cambio de una parte del cuerpo de la imagen que probablemente coincida con la unión de la cintura al tronco, debido a la posición de los clavos y a que en el documento entregado por el restaurador se hablaba de la unión de "ambos troncos". Sobre ello escribió Antonio Morón en la XVI edición de este Simposio.

[61] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[62] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[63] RAMIREZ OLID, José Manuel: Osuna durante la restauración (1875-1931), op.cit., p., 761.

[64] FERNÁNDEZ AGUILAR, Carlos: El Estandarte de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Revista Semana Santa y Glorias de Osuna 2016, pp.16-17.

[65] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[66] ALVAREZ MORO, M. N y HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, S.: Los ajuares de las cofradías. Artes y artesanías de la Semana Santa Andaluza. T.IV, p.278

[67] MORÓN CARMONA, Antonio: "La renovación estética de la Hermandad de Jesús Nazareno de Osuna en el último tercio del siglo XIX" op. cit., p. 178.

[68] AHJNO: Sección cuentas. s/f.

[69] En alguna ocasión se ha señalado que las Mercedarias Descalzas bordaron al nazareno una túnica, pero realmente lo que hicieron fue pasar los bordados de la antigua, que era morada, a un nuevo terciopelo.

[70] PASTOR TORRES Ávaro: Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Osuna. Nazarenos de Sevilla. 1997,p. 141.